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Cocinar en casa parece una opción mucho más saludable que comer fuera, ¿verdad?
Un estudio reciente demostró que las mujeres de mediana edad que pasaban más tiempo cocinando en casa tenían más probabilidades de prevenir el síndrome metabólico. Este estudio se basaba más en el concepto de cocinar en casa que en la salubridad de las comidas cocinadas.
En otras palabras, los investigadores hicieron hincapié en que cocinar en casa es siempre una buena oportunidad para comer sano.
Aquí tienes 4 errores al cocinar que pueden hacerte ganar peso sin que te des cuenta.
Uno de los errores culinarios que pueden hacerte ganar peso es no darte cuenta de cuánto comes mientras preparas la comida.
Es fácil beberse un vaso o dos de vino, ingerir cubitos de queso o tragar otros alimentos sin darse cuenta.
Este picoteo irreflexivo e inconsciente puede añadir fácilmente 300 ó 400 calorías más a tu dieta.
La solución obvia es dejar de picar.
Pero si no puede evitarlo mientras cocina, considere la posibilidad de comer verduras crudas bajas en calorías, como pimientos o rodajas de pepino.
Para compensar, también puedes reducir ciertos ingredientes, empezando por la cantidad de aceite que sueles utilizar.
Muchas personas preocupadas por su salud han conseguido renunciar al pan blanco y la pasta en favor de almidones saludables como la quinoa, el arroz salvaje o las lentejas.
Sin duda, se trata de una decisión muy acertada, siempre y cuando no caigas en la trampa de comer porciones excesivas de estos alimentos saludables.
Porque si lo haces, ¡tus esfuerzos por perder peso se verán saboteados!
Como debes saber, no es aconsejable eliminar por completo los hidratos de carbono de tu dieta, sino consumir cantidades proporcionales a tus necesidades energéticas.
Por ejemplo, si pasas mucho tiempo sentado, tu ración de alimentos ricos en almidón debe oscilar entre media taza y una taza.
Esta cantidad se da a título informativo y puede revisarse al alza si eres joven y físicamente activo y a la baja si eres mayor y menos activo.
Esta ración debe combinarse, en su caso, con una generosa porción de verduras con proteínas magras y un poco de grasa magra.
El truco consiste en invertir los papeles.
La porción de verduras de tu plato debe ser la atracción principal y la porción de almidón debe ser un accesorio o complemento.
Muchos de nosotros utilizamos queso (por no decir demasiado queso) en nuestra cocina y es casi impensable renunciar a él.
Pero también debemos ser conscientes de que el queso es una fuente directa de calorías extra, que se almacenan en forma de grasa.
Un paquete de queso cheddar contiene unas 4 veces más calorías y 9 veces más grasa que una pechuga de pollo sin piel.
Es cierto que es una fuente de proteínas, pero también es una fuente considerable de grasa.
Si no quieres renunciar por completo al queso, considéralo un condimento y utilízalo con moderación.
A todos nos entran unas ganas irresistibles de comer algo dulce después de cenar.
Pero una galleta puede convertirse fácilmente en tres, y una porción de helado en una tarrina entera.
La tentación es demasiado fuerte y nuestra resistencia se ve continuamente desafiada.
El deseo de comer dulces suele estar alimentado por emociones, como la necesidad de recompensa o de consuelo.
Por lo tanto, es aconsejable centrarse más en los sentimientos (que son el origen) que en la comida en sí.
Si puedes encontrar otra forma más sana de satisfacer tus necesidades emocionales, el deseo de comer dulces disminuirá de forma natural hasta desaparecer por completo.
Si eso no funciona, puedes optar por unos cuadraditos de chocolate negro o simplemente hacer sitio para ese postre ocasional (y por supuesto sus calorías extra) reduciendo la cantidad de carbohidratos y grasas en tu comida.
Todo es cuestión de equilibrio, ¡piénsalo!